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Published Dec 14, 2017
La invención del fonógrafo por Thomas Edison a fines del siglo 19 revolucionó la historia de la música. Por primera vez en la historia, cualquier persona podía escuchar la voz de su tenor favorito sin límites de lugar o tiempo. Hasta entonces, la expresión plástica había confinada a la pintura o a la escultura, pues ellas eran las formas físicas de representar (transmitir) el arte. La invención del fonógrafo (luego sustituido por el gramófono de Berliner), que con el curso del tiempo amplió las posibilidades de registrar la música en objetos físicos, que ya no estarían limitados a las partituras ejecutadas en vivo, sino que habrían de incluir los discos, cintas grabadas, y cassettes que uno podía llevar consigo donde quisiera.
Sin embargo, contrariamente a lo que se cree, la invención científica no fue responsable del surgimiento de la industria de la música. Lo hizo posible la propiedad sobre los objetos físicos contenedores de la creación artística, esto es, los registros de voz en discos, cintas y otros medios físicos. Ella condicionó desde entonces los intercambios mercantiles gestores de las industrias de la música. Fue esa segunda invención –institucional- la que hizo surgir estas industrias, tanto o más que la primera invención científica de Edison. De no haber sido por ella, posiblemente el fonógrafo habría quedado confinado a ser un curioso pisapapeles en la oficina de Edison.
Desde entonces, la creación artística quedó condicionada a poder ser comercializada, vía intercambios de derechos a la propiedad intelectual. ¡Y de que manera! Es de antología la indignación de Paul McCartney contra su hasta entonces amigo Michael Jackson, cuando este adquirió las acciones de la empresa dueña del portafolio musical de los Beatles, para hacer dinero con los royalties generados cada vez que una canción del portafolio era tocada en público. En un momento de fanfarronearía, el ex Beatle había tenido la mala idea de darle consejos a Jackson sobre cómo hacer dinero cómodamente como propietario de derechos de autor, incluso de canciones escritas por otro. No se le ocurrió a McCartney que sus canciones también podían generar derechos de autor a favor de Jackson. El ex Beatle habrá sentido que “su” Hey Jude, ya no lo era tanto.
Pero fue la posibilidad de comercializar derechos sobre grabaciones de voz en LPs, CDs, y otros lo que hizo indujo la sociedad a organizar esa compleja red de instituciones, organizaciones y asociaciones que hoy conocemos como la Industria de la Música: salas de cine, distribuidores, tiendas de discos y cds, firmas (label firms), empresas de mercadeo de películas y músicos. Estas instituciones tendrían por finalidad hacer posible las conexiones necesarias (la transmisión de la propiedad vía licencias musicales) para facilitar el propósito final de todo arte: llevar el objeto físico creado por el autor de un registro fílmico o grabación, al amante del cine o la música, respectivamente. En palabras más sencillas, conectar oferta con demanda.
Fuente: De Leon and Gupta (2017)
La llegada del “streaming” a comienzos de 2000 erosionó de modo impresionante la renta monopólica creada durante todo el siglo 20 alrededor de la comercialización de derechos exclusivos (monopólicos) de autor. El LP por el cual uno pagaba $20, fue sustituido por la posibilidad para el consumidor de acceder a canciones individuales MP3 de $1. El objeto físico comercializado a través de, digamos, CDs, dio paso a registros musicales digitalizados. El gráfico siguiente muestra la caída de ingresos ocurrida en la industria de la música a partir del año 2000.
El cambio tecnológico supuso el surgimiento acelerado de una nueva red de empresas comercializadoras de música (ej., Pandora, Spotify, iTunes), que percibieron la oportunidad de hacer dinero brindando al consumidor la posibilidad de adquirir sus canciones favoritas, en lugar de hacerle pagar todo el LP o CD. Fraccionando la oferta, estas empresas pudieron llegar a un público mucho mayor. Este fenómeno también está sucediendo en la industria del cine y la TV: Disney anunció el pasado 8 de agosto su intención de adquirir BAMTech por 1,58 billones de dólares, para desarrollar productos “personalizados” al gusto del consumidor. El primero de estos será un servicio streaming de videos multi-sport con el branding de ESPN. Pronto los telespectadores no tendremos que pagar cable con canales que no nos interesa ver, sino que podremos ver programas individuales, via streaming. Esto, de hecho, ya sucede en servicios como Hulu, Amazon Prime, Netflix, con películas. En apenas una década se ha producido una transformación radical de las instituciones creadas durante todo un siglo con el fin de comercializar obras musicales y cinematográficas.
Ahora nos enfrentamos a una nueva ola innovadora llamada “blockchain”. La promesa del blockchain es hacer irrelevante las instituciones intermediarias en la comercialización, haciendo llegar la creación musical o visual directamente al consumidor. El blockchain es una tecnología que permite difundir información a través de una red “distribuida”, donde ella se transmite por igual, simultáneamente, a todos los nodos. No es necesario una entidad intermedia que “verifique” la veracidad de la información transmitida, trátese de montos de dinero, autoría sobre una canción, rol de colaboradores en una pieza musical (ingenieros de sonido, diseñadores, etc.) pues la verificación la realizan los propios nodos. La información se asienta en “bloques” cronológicamente estructurados sobre un registro contable, publico e inalterable. Es claro que esta nueva forma de comercializar las registros digitales producirá una revolución institucional de proporciones enormes: piénsese por ejemplo, en el impacto sobre las oficinas de propiedad intelectual, hasta hoy encargadas de verificar la propiedad sobre los derechos de autor. El blockchain posiblemente haga irrelevante su existencia, al permitir que todos podamos reconocer sin duda alguna quien es el autor de una pieza musical, y a quien este autor licencia su música, y en qué medida. Goldman Sachs ha publicado una infografía que facilita la comprensión del blockchain a los no iniciados.
Toda innovación científica debela que las instituciones encargadas de comercializarlas tienen un costo, pero también una razón de ser. A los consumidores, el impacto del streaming hizo evidente que las instituciones creadas en el siglo 20 para comercializar música y cine eran “costosas”, pero en el fondo, inevitable, para poderles hacer llegar la música. El blockchain nos mostrará que este sistema institucional, para los creadores y artistas, también tenía un costo, como lo muestra el ingreso de las sociedades gestoras de derechos de autor, que pagaban con esporádicos cheques las licencias obtenidas de artistas, para hacer llegar la música a los consumidores. La gestora BMI de los EE.UU, en 2015 llegó a ingresar un billón de dólares, cifra record para estas intermediarias. A estas, el blockchain pondrá presión para reconvertirse o desaparecer. Es el costo de la innovación, que tarde o temprano termina por imponerse a todos.
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